películas
30.09.2015
De todas las esperas por las que uno pasa en esta vida, ninguna es tan ingrata como la de la muerte.
No me refiero a esa figura metafórica en la que oímos cómo el grifo del tiempo va goteando nuestros días formando un río que va a desembocar a la tumba, si no a la espera literal de la mortaja. A sentarte en un butacón de hospital mirando con aprensión un calendario sabiendo que antes de que arranques la próxima hoja, la hoja de la guadaña te habrá arrancado a una persona querida.
Y lo cierto es que aunque suene bonito así dicho, no tiene un carajo de poético. La agonía vista de cerca, a cámara lenta y monitorizada es una opereta espantosa. Quizá porque en las dramatizaciones buenas, las despedidas tienen su ritmo, están bien pautadas, bien medidas; cuadran con el metraje final. Pero en la vida real eso no pasa. La escena se te llena de miradas tristes, la mirada de vías intravenosas y mascarillas de oxígeno que tapan la boca y la boca se te atraganta con palabras de enfermedad: saturación, constantes, albúmina, hemoglobina, función renal… Y la despedida no acaba de encajar. Porque entre los besos sentidos, las manos que se buscan y se aprietan en silencio y las miradas que resumen lo que no se atreven a decir las palabras, resulta que tienes que mear y cagar; y llevar el coche al taller; y leer los chistes que te llegan por whatsapp. Porque en las películas, cuando empieza la música sentimental, el resto de acontecimientos se detienen, y sabes cuando llega el minuto exacto de decir adiós y luego cae el telón. Pero sin esa dirección artística, sentarse a los pies de un lecho de muerte tiene tanta poesía como un jodido folleto del Media Markt.
No. No hay espera más infructuosa ni despedida más definitiva y, sin embargo, no se acompasa ese último compás.
Vuelve a ser miércoles. El pulso de mis días se ha vuelto a reiniciar. Buenos días.
20.04.2015
¿No os ha pasado nunca que el mundo a vuestro alrededor se vuelve recurrente?
Ya no hablo solamente de números que se repiten como en un libro de conspiraciones, ni de esas palabras que no utilizas habitualmente -como monolito- y de repente se te aparecen hasta en las letras de las sopa (además de en las sopas de letras, si las hiciese), ni del típico día tonto que te da por ver la tele y te cascan dos películas seguidas de Morgan Freeman ¡Coño, que pensé que se había muerto el pobre hombre! (ya me he dado cuenta de que lo de Morgan Freeman es para hacer un estudio aparte, porque de tanto hacer de Dios se ha vuelto omnipresente…).
Pues resulta que no sólo esas minucias se repiten, si no que hay otras cuestiones de mayor calado que también tienen tendencia al tropel… Amores contrariados que te entristecen, gestos de aprecio que te reconfortan y decepciones, también conocidas como puñaladas. Los puñales, a veces, llueven. Como si fueras un alfiletero o llevaras una diana pintada en la espalda. Como si la esgrima esgrimida contra tu trasero fuera deporte nacional entre los que te conocen y crees que te quieren. Como si el sentirse traicionada fuera una herida que se reblandece pero nunca acabara de cicatrizar…
Y ya sé que la lealtad es una palabra en desuso y que no tiende a aparecerse en las letras de ninguna sopa, pero -a Morgan Freeman pongo por testigo- que me encantaría que así fuese porque, por definición, la lealtad entre amigos sólo existe cuando se da, no cuando se pide.
Lunes y 20 de abril. Que ironía, el día que escribieron la carta los Celtas. Buenos días!
14.01.2015
Desde pequeñita tengo cierta tendencia a coleccionar. Esto es, acumular una serie de objetos de similar naturaleza contenidos en un mismo espacio físico -generalmente una caja- que sólo se abría para incorporar un nuevo elemento a la colección, instante en el que aprovechaba para deleitarme con su contenido, pronunciar las palabras en modo Golum ‘mi tesoro’ y volverla a cerrar hasta la siguiente novedad.
Probé con llaveros y postales durante una larga temporada, con entradas a teatros y conciertos y hasta de invitaciones de boda tengo llenita otra caja. Pero al final todo empacha.
Mi mayor colección, a decir verdad, está formada por objetos variopintos que -en su momento- llevaban asociada alguna historia personal detrás: piedras, flores secas, servilletas, alguna pluma, el envoltorio de un caramelo, una carta de la baraja, un trozo de tela, una vela medio usada… Cosas muy simbólicas cuando recordaba la aventura que llevaban aparejada pero que, con el correr de los años han ido quedando olvidadas, de tal manera que lo que tengo ahora son varias cajitas llenas de guarradas… Pero soy incapaz de tirarlas.
A mejor vida han pasado ya otras colecciones que me labré con el duro esfuerzo de la paciencia y el pirateo: películas, discos… Hasta muchos de mis preciados libros han acabado relegados a la casa del pueblo. Ahora todo queda reducido a megabytes en el disco duro, archivos que suben y bajan al ritmo de mis presentes anhelos. Es duro al principio, pero ganas espacio y pierdes peso (aunque sea en el piso y no en el cuerpo).
Ahora mi espíritu de coleccionista atesora otro tipo de objetos: recuerdos, momentos, palabras… Y este blog se nutre de ellos. Miércoles. Buenos días!
17.11.2014
Bueno pues como las previsiones meteorológicas sólo se han cumplido parcialmente, mis planes también se han hecho realidad… pero sólo en parte; de las 27 películas que pensaba ver ha caído una nada más, pero era larga y he logrado permanecer todo el metraje despierta [espacio para una ovación] y respecto al deseado desgaste de sofá no ha sido tan eterno como prometía. A cambio he maquetado unas invitaciones de boda, he encerrado involuntariamente a una persona en mi portal y he estado a punto de matarme por portear fardos en las alturas, que nunca se sabe lo que el fin de semana nos puede deparar…
Lo más importante es que vuelvo a tener el armario lleno de cosas que ponerme y no de vestidos de tirantes. Ropa invernal que me sitúa en el mapa de lo que vendrá. Y es que no me querréis creer pero eso de trajinar con mi ropa me supone toda una revolución emocional: lo que me he puesto aquí y allá, lo que entra y sale sin ponerse jamás, lo que me aburre nada más colgarlo en la percha, lo que no es exactamente de mi talla pero confío en que algún día me valdrá…
Esta vez, además, me he percatado de la ingente cantidad que tengo de jerséis a rayas ¿eso qué significará? Que tengo vocación de presidiaria? Que soy una fetichista de los códigos de barras? El día en que alguien invente la ‘armarologia’ como prima hermana de la grafología para elaborar un test de personalidad, se sabrá. Mientras tanto, que nadie se extrañe de verme como el niño del pijama (a rayas) que con la ropa tengo el mismo síndrome de Diógenes que con todo lo demás: si aún sirve, cómo lo voy a tirar? Mucho mejor sacarlo, doblarlo, lavarlo…y volverlo a guardar!
Lunes. Una semana más. Buenos días!
14.11.2014
A la vista de que en París andan buscando un tigre fugado y de las previsiones meteorológicas para este fin de semana -que dicen (literalmente) que hará frío en zonas altas, tiempo más cálido en la costa y lluvia a mansalva en el resto- he decidido hacer sábado y domingo el simulacro de holocausto nuclear que tenía pendiente.
Vamos, que me voy a encerrar a cal y canto donde la lluvia no me salpique; parapetada detrás de un bol de palomitas y el montón de películas que tengo pendientes, a ver si libero algunos gigas de cine que he acumulado con más ilusión que tiempo para dedicarle.
Además, el cambio este del ‘veroño’ por el ‘frescoño’ (como dicen), trae aparejado un trabajo doméstico que también tengo por hacer: lo que es sacar la ropa de invierno de una vez, que a los tres jerséis que tengo fuera le van a salir bolas de tanto quitar y poner…
Y es que, en ocasiones, el cuerpo (o la mente, no sé), te pide algo de sosiego; no doblar más esquinas que las de tus cuatro paredes, encontrarle la curvatura perfecta a la almohada y comenzar un sonado romance con los cojines del sofá.
A ver qué tal se me dan todos esos planes… Feliz finde. Buen viernes y buenos días.
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