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25.05.2016

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Los que me conocéis sabéis que soy alguien que se toma casi todo con bastante humor. De adolescente fui muy dramática: pasaba de la risa al llanto y viceversa (como correspondía a los convulsos tiempos en que tu edad nadaba entre dos aguas) y de adulta he preferido decantarme por la máscara que porta la sonrisa y encontrar la guasa hasta en situaciones que no tienen ni puñetera gracia; pero, de vez en cuando, sufro de una vena paranóica que no sé controlar y la noche del lunes tuve una de esas…

 

Estaba en pleno proceso primaveral de cambio de armarios y tenía la cama cual puesto de mercadillo regentado por gitana: montones de camisetas por aquí, jerséis por allá; esto para doblar, esto para lavar, esto no sé si me valdrá (algunos conocerán la experiencia). Y, como necesitaba ir poniendo orden porque eran las tres de la mañana y me quería acostar, decidí guardar una de las cajas grandes que ya tenía preparadas y que almaceno encima del armario.

 

Abro la escalera, cojo la súper caja (¡coño cómo pesa!), subo un peldaño (temblores), subo el segundo (ay, ay, ay, qué mal) y, al ir a subir el tercero e intentar alzar la caja por encima de mi cabeza, se produjo la desgracia: pierdo mi centro de gravedad y caigo irremediablemente de espaldas con las manos aún sujetando la caja.

 

En ese brevísimo instante entre el inicio de la caída y el impacto, se te pasa de todo por la cabeza… Anda mira, me caigo! Joder! Igual me mato! Y si no me mato y se lo cuento a mi madre me mata ella, que mira que me lo ha advertido veces!!

 

Por suerte sobreviví al golpe (a lo de mi madre está aún por ver) y, curiosamente, el vanesazo no me dolió nada en absoluto. Es más, apenas lo sentí. Pero ahí fue, tendida en el suelo después de caer, donde se desató mi paranoia…

 

Me puse a pensar que no era normal que una caída libre sobre la espalda desde un metro de altura no me causara ningún dolor, así es que quizá -se me ocurrió- estoy muerta de verdad. Ahora me levantaré y veré -como Patrick Swayze en ‘Ghost’- mi propio cuerpo tendido en el suelo… Y cuando me encontrarán? Y con la luz de arriba encendida, con lo que gasta… A lo mejor puedo llamar a alguien para saber si oye mi voz o soy un fantasma… Pero son las tres de la mañana… Mira por donde llego tarde a trabajar… Vamos, que no llego… Y se preocuparán… Mandarán a alguien… A los bomberos… Y yo en bata…

 

Al final me levanté del suelo y allí no había nada. Volví a coger la caja, me la coloqué desde abajo en la cabeza y subí haciendo equilibrios la escalera. Conseguí dejarla, quitar los montones de ropa y meterme en la cama. Pero no me quedé tranquila hasta que un gilipollas me empujó en la acera por la mañana.

 

Miércoles. Buenos y corpóreos días!