ciudad

11.11.2016

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Está liso pero algo arenoso al tacto. Frío y duro. Muevo la mano y detecto su contorno en forma de rombo, con otros rombos al lado. Al hacerlo, encuentro objetos y pequeñas irregularidades: algo que en su día pudo ser un chicle y ahora está mimetizado con el pavimento, cáscaras de pipas, la colilla apagada de un cigarro y otros deshechos que no identifico; un pequeño trozo de cartón arrugado, una especie de tapadera de plástico con un agujero en el centro y algo que cruje entre mis dedos. Esto, al menos, sí lo reconozco: es la hoja seca de un árbol. Otoño.

Pero más allá de lo que me cuentan mis dedos, son los sonidos los que -en primera instancia- no proceso. Al principio el ruido es todo uno; intenso, amalgamado, arisco y atronador. Después, poniendo total atención, voy separando cada sonido. Dominan los motores: muchos, de distintos tipos, suenan muy abajo, cerca de mi oído, desplazándose veloces de izquierda a derecha; deben ser coches, motos y otros vehículos, algunos pesados, pero rápidos; no suenan tractores, pero sí un claxon tras otro. Mucho más arriba, probablemente volando, escucho otro motor al que acompaña un runrún constante de algo que bate el aire, pero desaparece al cabo de un instante. Más cerca de dónde estoy, un molesto repiqueteo de timbre agudo y penetrante hace vibrar el suelo. Me ha parecido escuchar también pajarillos, mas su trino era uniforme y estático, como de artilugio mecánico y  han silenciado su canto al unísono transcurridos unos momentos. Bajo el suelo tampoco existe el silencio; alberga un zumbido sordo que percibo en el estómago. También se oyen pasos, pasos rápidos que transportan voces y pequeños pitidos similares al tono de un despertador que suenan por aquí y por allá constantemente. Reconozco muchas de las palabras, pero no todas, alguna debe ser en un idioma distinto. No lo sé.

De repente, muchas de esas voces se dirigen hacia mí…

-Caballero ¿Se encuentra bien?-
-Venga aquí. Levántese-
-Yo le ayudo-
-¡Pero hombre! ¿Se ha hecho daño?-

Las manos que acompañan a las voces me ponen en pie, me sacuden la chaqueta, me colocan la boina y devuelven a mis manos el bastón que guía mi camino.

Aún necesito un minuto para reponerme. El aire que respiro no ayuda a despejarme: está caliente a pesar de que estamos ya en noviembre y huele a desagüe y hollín. Seca mi boca y deja un sabor a sangre en mi paladar. Quizás me haya lastimado al caer.

A toda velocidad, se marchan de nuevo las manos con sus voces. Intento aguzar el oído para encontrar el rumor del agua o el tañir de una campana que me ayude a ubicarme pero nada de eso se oye. Imagino que encontraré el modo; que la gente de aquí lo hace. Que en una gran ciudad no todos se tropiezan, ni se pierden.

11.12.2015

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En ocasiones, a poco que uno se despegue ligeramente del móvil o de su propio ensimismamiento, te conviertes en testigo involuntario y de primera mano de un rosario de historias ajenas que no aparecen ni en el telediario ni en el Gran Hermano ese que a tanta gente atrapa.

 

Ayer una mujer sentada a mi lado en el metro, hablaba con otra a la que intentaba consolar «Bibiana, tranquila, no te alteres. Que de hambre no nos vamos a morir. Sí, es una pena que tengas que dejar ese piso, porque un chollazo así no vas a volver a encontrar, pero si te lo ha dicho el médico tendrás que operarte, mujer. Te vienes a vivir a mi casa y nos arreglamos como sea. Quizá incluso te venga bien, Bibiana, que la vida de Montera no es vida».

 

El otro día, sentada en un banco de una plaza, la siguiente escena se desarrolló delante de mis narices. Reproduzco el diálogo:

 

[Señora algo flipada que se cruza con un señor desconocido que va paseando al perro].

 

[Flipada] (Agachándose a acariciar al animal): Ay! Qué viejita es!!

[Paseante] (Sorprendido pero amable): No, sólo tiene cuatro años..

[F]: Anda! Bueno, pero es muy guapa!!

[P]: En realidad es perro

[F]: Vaya! Es verdad!! Y se le ve que tiene cara de pocos amigos!!

[P]: En absoluto, es muy amigable

[F]: Y cómo se llama?

[P]: Trueno

[F]: Qué bonito nombre le pusiste

[P]: La verdad es que lo adopté y ya tenía ese nombre

[F]: Mmmm… Qué bien. Venga hasta luego!!

[P]: Adiós. Que vaya bien

 

Y es que en el plató gigante de la ciudad, cada uno llevamos dos hermosas cámaras en la cara. A mí, personalmente, con eso me basta.

 

Viernes que esta semana no se ha hecho esperar. Feliz fin de semana y buenos días!

10.09.2015

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En contra de la lógica, la costumbre y el propio instinto de supervivencia, por más años que voy cumpliendo, tanto o más me siguen gustando los parques de atracciones.

A la mayoría de la gente que conozco les encantaba montarse de adolescentes pero, al madurar, van perdiendo las ganas porque se marean, o sienten vértigo o tienen pavor a que una tuerca esté mal apretada. Y es verdad que lo de la tuerca también pasa por mi cabeza, pero me puede más lo que disfruto en la primera bajada. No me mareo en nada: ni subiendo, ni bajando, ni girando… ni centrifugando, vaya (a veces pienso que debería haber sido astronauta). La única ocasión en la que la velocidad me marea es cuando se detiene; me sucede muchas veces que voy conduciendo tan contenta y, al parar en la gasolinera, se me descoloca un poco la cabeza ¡!

El problema es que una no suele encontrar el tiempo, la compañía ni el presupuesto para ir tan a menudo como quisiera y al final, se me pasan los años sin catarlo. Por eso este sábado -que me ha tocado- pensaba, mientras hacía cola para subirme en los cacharros, que hay un modo de solucionarlo… La lanzadera, por ejemplo, podríamos instalarla como ascensor en edificios de más de cuatro pisos. El metro también daría para mucho: en lugar de hacerlo tan monótono pueden construirse los raíles con subidas, bajadas y curvas cual montaña rusa y, en los tramos planos, con cuatro actores, nos valdría de túnel del terror. Lo de los coches chocones facilísimo: es ponerle goma a los parachoques, una banderita en la antena y aprovechar cualquier atasco…

 

Y así con cuatro duros y algo de imaginación, convertiríamos nuestra ciudad en un lugar lleno de emoción!!… O al menos de sensaciones que se pudieran resolver con un simple salto del estómago, porque de las que te atacan el hígado ya vamos sobrados.

Jueves. Buenos días!

24.06.2015

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El hombre era nómada.

 

Antes. Al principio. Cuando la historia aún no existía porque no se escribía.

 

Nuestra especie nació haciendo suyo el poema de Machado y al andar no sólo hicieron caminos si no calzadas, carreteras y autovías que les acabaron llevando hasta el hogar.

 

Pero por más que uno firme una hipoteca y saque cada mañana su calcetín del mismo cajón, algo del gen errante de nuestros antepasados anida en cada paso que damos.

 

Somos nómadas de un destino que acaba por ser siempre incierto, que está en constante movimiento. Nómadas en nuestras relaciones, que fluctúan, que se desplazan con las mareas y que unas veces te acercan hasta rozarte y otras te alejan. Nómadas en nuestra profesión, donde hoy es un suicidio quedarte anclado. Somos perpetuos viajeros en fines de semana y fiestas de no guardar nada, vagabundos en nuestra ciudad buscando el mejor rincón para quedar, titiriteros del último grito, saltimbanquis de las modas. Y si no somos nómadas de conciencia es porque ejercemos el principio de coherencia.

 

Somos nómadas hasta en la cama. Recorriendo caminos que no aparecen el las sábanas. Haciendo kilómetros en estática, cuando el movimiento busca un destino en la química y no en el mapa. Muchos somos nómadas de la espalda a la que quedar pegada, o de la mano que por ella sube y baja…

 

Es cierto que dejamos los caminos para criar animales de granja, pero hoy no hay nadie sedentario; excepto, quizás, esas vacas.

 

Miércoles. Ojalá nuestros caminos de nómadas encuentren la manera de cruzarse, aunque sea en ‘los bajos fondos de la inmensidad’. Buenos días!

18.05.2015

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Por cosas de la vida que no vienen ahora al caso, hay días que acabas protagonizando las Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino (pero en secano), emulando a Willy Fog por el mapa patrio, siendo la bola de una máquina de petacos, que cada vez que da un bandazo no suma puntos, si no kilómetros… Así me pasó ayer domingo que, en tres volantazos me calcé ochocientos, empeñada en abrir un nuevo puente aéreo Burgos-León-Burgos-Madrid exclusivo para mí.

 

 

El caso es que los primeros fines de semana de buen tiempo en la ciudad me cuesta respirar. No por alergias ni afecciones respiratorias de tracto urbano, afortunadamente. Sólo es que encuentro el aire terriblemente sucio, el asfalto demasiado duro, el gentío excesivamente burdo… El ansia de horizontes limpios se apodera de mí y no hay verbena en las Vistillas que me retenga aquí.

 

 

Por eso tantas veces los afanes se me van en salir y salir… Porque sólo fuera de Madrid puedes cruzarte con un corzo curioso que detiene su huida para mirarte a los ojos o con dos liebres saltarinas que juegan a dos metros de ti; sólo donde el horizonte se hace monte es posible buscar salvia, estepa y aliaga o aprender a distinguir enebros de sabinas, aunque sea chupando sus bayas. Y la carretera -cuando discurre entre roquedos y verdes montañas- posee su propia magia; más si la música acompaña y, para mayor gracia, no haces más que adelantar camiones-orquesta: señal de que llevas el mismo camino que la fiesta.

 

Total, que me he venido con la retina bien aireada y el resto de las piezas agotadas. Será posible descansar entre semana? Lunes. Buenos días!!

árbol campo Cebrecos

19.11.2014

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El otro día volví a hacerlo: me fui de excursión (urbana). Esta vez no se trataba de ir en busca de gangas allá donde sopla el viento frío de la despoblación si no que me interné en lo más hondo de Madrid en busca del mejor Cous-Cous que se pueda comer a este lado del estrecho.

Para llegar a él, como en los cuentos, el hada nadadora madrina me encomendó tres pruebas: «recorrerás el camino del monte hasta que no reconozcas ni tu propio nombre, subirás el puerto indicado sin haberte asustado y finalmente pagarás lo convenido (que es un precio bastante reducido)».

Bromas aparte, no deja de sorprenderme descubrir zonas en mi propia ciudad en las que me siento tan ajena y ésta de los montes vallecanos lo es. Ni me da miedo ni me asombra: las calles son calles y los palotes de hierro con bombillas son farolas, como en cualquier otra parte; pero algunas miradas sí que saben ser excluyentes; y unas cuantas de esas me encontré.

Igual me da. El contraste de las vistas a un lado y otro de la M30 me parece de una belleza singular y como paladín de la buena comida a buen precio no hay río metafórico que no esté dispuesta a cruzar. Además, el aire de pueblo y el comercio colorista siempre me han encandilado, así no es fácil echarme para atrás. Pero… ya vale de mirar.

Miércoles. Qué deprisa. Buenos días!

11.11.2014

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Nada como alejarte unos días de la ciudad para volver relajada, muerta de sueño… y encontrarte todo hecho unos zorros: los paraguas asesinos han tomado las calles, el frío se ha hecho norma y han montado ya las luces de la Navidad. Que parece que en lugar de tres días me he fugado tres semanas!!

 

El caso es que mi lado racional comprende que la instalación de tantas decoraciones festivas lleva su tiempo y la antelación es necesaria, pero contemplar cada mañana el esqueleto mudo y oscuro de una ristra de lámparas, me da cierta tristeza. Como si tanto cable desnudo y tanta bombilla apagada que penden sobre nuestras cabezas fuera una ilusión trasnochada. Como una anciana solitaria tejiendo patucos o un manco que intentara rascarse a dos manos la barba.

 

Pero lo de las luces al fin y al cabo no es nada comparado con lo de los paraguas: eso sí que es la amenaza fantasma!! No sabes por dónde vienen ni porqué te atacan, pero hasta en el interior de los soportales o bajo las paradas del bus pueden esconderse sus varillas asesinas siempre dispuestas a sacarte un ojo, tirarte del pelo o arañarte la espalda. Joder, que no temo a cucarachas, avispas ni ratas y me dan miedo los puñeteros paraguas!!

 

En fin… vaya inicio de semana; lunes o martes o lo que toque; que el calendario dice una cosa y a mi los párpados me pesan como otra. Sea como sea, que las luces (y las sombras), las afrentas y los estoques no nos quiten los buenos días…

08.07.2014

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Mi abuelo, ese que insistía en que mi vocación oculta era la de viajante (por los kilómetros de carretera que me meto al cuerpo sin pestañear) y que cogiera siempre las rotondas por el carril de fuera (lo que era una fuente constante de disputas entre nosotros), solía decirme también que debía ser un poco loba, por mi tendencia a elegir la noche para viajar.

Pero no es cierto que yo busque intencionadamente las horas de oscuridad; es que, cuando vives en Madrid y aborreces las caravanas, no tienes otra alternativa. Y no es que me apasione; como casi todo en esta vida tiene sus inconvenientes y sus ventajas… Aparte de evitar el tráfico para entrar o salir de la ciudad, en verano evitas además el aire acondicionado, que me va fatal y, si la vista no se te cansa -como es mi caso- vas en la gloria. Lo malo es el sueño que te pueda dar (aunque ese también asalta a la hora de la siesta) y un inconveniente muy original que descubrí el otro día: si conduces de noche y al fondo hay una tormenta eléctrica, tienes la desagradable sensación de ser cazada por todos los radares, porque cada rayo te parece el fogonazo de un flash…

El caso es que la combinación de noche, coche, música, kilómetros y soledad siempre me ha resultado atractiva; como si despertara al camionero que todas llevamos dentro. Un camionero que canta, que gusta de filosofar y que disfruta de esos momentos en que tu cabeza y lo que de ella brota es tu única compañía. Si no montas al aburrimiento de copiloto, puede ser un viaje genial… O será que mi abuelo tenía razón al final y es asfalto lo que me corre por las venas??

Martes, otra curva más en el camino de esta semana. Buenos días!

06.03.2014

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Adoro ir camino del trabajo y que el sol domine el cielo de la mañana. Aunque me pille sin las gafas en el bolso, un rayo me dé en los ojos, me deslumbre, cruce a ciegas y un coche casi me atropelle… la rutina resulta mucho más prometedora así, cuando el almendro en flor nos recuerda la posibilidad de una primavera.

No es que haga calor (para mí no lo hace hasta que el termómetro llega a los 40°), pero al menos el aire ya no huele a invierno y la hoja del calendario tiene una flor en el día 20 indicando el próximo equinoccio. La naturaleza vuelve a brotar tras el letargo invernal y lleva de la mano mis intenciones: ¡quiero salir! quiero volver a hacer camino al andar, perder de vista las cuatro paredes de la ciudad; quiero oler la vida que empieza, quiero que mi eco rebote en otras piedras, taparme con la manta del viajante, encontrar la carretera a ninguna parte; quiero volar…

Quietos en su alegría los accionistas de Iberia, que no estoy diciendo que vaya a plantarme en Barajas a dejarme el sueldo en billetes. Digo que cuando salen estos primeros días buenos, Madrid me pesa como si cargara todo el cemento de la ciudad en la espalda. Me pueden las ganas de montarme en mi coche hacia destinos inciertos de prados verdes, riachuelos que fluyen y mimosas que florecen… ¿Se ha cubierto ya la vacante que Labordeta dejó? Porque yo también soy capaz de llevar este país en la mochila, o en la suela de las botas que ya no tengo, o entre esas cuatro ruedas que tanto echo de menos.

Jueves y, aunque no procede, San Fridolino. Al mal tiempo, buena cara y, al buen tiempo, una cara mejor. Buenos días de sol…

25.02.2014

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Sufro de un fuerte conflicto de intereses que socava día a día mi moral: mi velocidad media al caminar es incompatible con la de mi calle, donde moran los únicos caminantes de Madrid que no tienen prisa: los turistas…

El turista es ese ser que, aunque tenga siete títulos universitarios y un trabajo de responsabilidad en su país natal, en el momento que viene al tuyo parece faltarle un hervor. Hay, además, características comunes al turista general y otras específicas según se trate de turista de playa o de ciudad: los de playa se distinguen por el tono de su piel (que suele ser de intenso rojo cangrejo), su atuendo de vivos colores y sus horas intempestivas de almorzar.

El turista de ciudad, sin embargo, goza de otras peculiaridades… Para empezar, lo fotografía todo, igual le da que sea la fachada del Prado que la de un bloque de pisos de protección oficial (eso sin volver al fascinante caso de los asiáticos y el museo del jamón). Para seguir, carece de sensores de proximidad o los tiene invertidos; esto es, cuando te aproximas a él desde atrás no te cede el paso jamás, aunque pongas suavemente una mano en su brazo para hacerle a un lado, será como el barco de Chanquete: no se moverá (o lo hará en la dirección que te estorba). Y para terminar hay que reconocerles, eso sí, una conciencia política mucho más avanzada que en España: para ellos no existe la izquierda y la derecha, por lo que pueden caminar ocupando todo el espacio vayan por la acera que vayan.

Martes. Por favor, por favor, por favor… ¡dejadme pasar! Buenos días