pueblo

25.11.2016

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¡Que es precioso, dice!

Precioooso, precioooso…

¡Echa más kétchup!

¡Por aquí, por aquí!

¡Otro chorro!

¿No dice que estos callos me los ha hecho la abuela?

Pues si son callos, van a ser con tomate ¡No te digo!

 

Todos los meses tenemos que pasar un domingo en casa de los abuelos. A mí no me importa porque los abuelos viven en un pueblo muy chulo lleno de casas viejas en las que puedo jugar al escondite y me dejan salir con la bici por cualquier camino y puedo tirar piedras a los gatos y hay un montón de animales raros que cuida el abuelo y me deja tocar: seis gallinas, una vaca, un mulo, dos cerdos y, mis preferidos, cuatro conejos suavecitos que se dejan coger como bebés.

 

El pueblo está guapísimo. Y los abuelos me caen bien. Nunca me regañan ni me obligan a hacer los deberes. En verano mamá me dejó con ellos un mes y fue guay. Bueno, casi todo, porque la comida era un asco, todo el rato igual: patatas un día, garbanzos otro y vuelta a empezar. ¡Y sopas! Por la noche «sopitas para mi niña» ¡Puaj! No había burguer, ni pizzas, ni los sobres esos de estrellitas que me da mamá para cenar. Pero bueno, te acostumbras… y los bocatas de salchichón de la merienda sabían genial.

 

El caso es que la abuela es muy buena conmigo; me da muchos besos de esos que manchan la cara de babas. Se nota que me quiere un montón y eso, pero está un poco anticuada. No entiende nada de las comidas de ahora ni de ropa. De ropa no sabe nada de nada. Ella va siempre con unos pantalones viejos que no son ni vaqueros, ni de chándal; son como de tela pero con bolitas. Y de arriba jerséis de punto de los que hace ella (hasta en verano, que son parecidos pero de manga corta). Los fabrica por las noches con unas agujas largas, mientras ve la tele (dice que ella no sabe estar sin hacer nada). A mí también me ha regalado muchos «jersés» -como ella los llama- que mamá me obliga a ponerme cuando vamos a verles, aunque son horrorosos y pican. ¡Pero no son tan espantosisísimos como este vestido, que lo tiene todo! De nido de abeja y callos, dice mamá. Que la abuelita te lo ha hecho con todo cariño, que son carísimos, que te lo pongas y punto… ¡Pues no me da la gana! Que no me fío de las abejas y los callos no me gustan. Y si es tan caro, que lo venda y me compre una Game-boy de esas que tienen ahora todos los niños menos yo.

 

¡Que no, hombre, que no! ¡Que no quiero ponerme ese trapo! ¡Que la abuela no sabe vestirse bien ni para las fiestas! Se pone unos vestidos para ir a misa súper feos; de color marrón caca, de vieja. Hasta la ropa interior es de lo más rara… Un día me pidió que buscara un pañuelo en su habitación; entré, miré en el armario, abrí el cajón de los camisones y tenía cosas rarísimas de cuero debajo: una especie de pasamontañas negro, unos tirantes con pinchos, esposas como las que lleva Sonny Crockett para atrapar a los malos, un sujetador como los de mamá pero con dos cucuruchos duros y algo parecido a un bañador rojo y brillante con tiras para atar por los lados; ese al menos, era bonito. Pero cuando le pregunté que si me dejaba usarlo se puso muy blanca, muy seria, se sentó y me dijo que se había mareado, que por favor le diera una vaso de agua y que no volviera a curiosear en lo que no era mío. Que era una costumbre muy fea y que, si no le decía a nadie lo que había visto, ella tampoco contaría lo mal que me había portado.

 

Vamos, que la abuela es muy enrollada pero, de moda, no sabe nada. Y la horterada esa de los callos no me la pongo porque no. ¡Si además yo nunca llevo vestidos! No sirven para trepar por el muro, ni para montar en bici. Y seguro que el abuelo no me deja ir a cuidar a los animales con eso puesto. ¡Con las ganas que tengo! El abuelo me está enseñando a guiar al mulo. Dice que no tengo que tener miedo. Que use el látigo cuando sea necesario, que al mulo no le duele tanto. A mí me da un poco de pena pero será que no entiendo tanto de bichos como él. Eso me ha dicho: no te preocupes Ana, que algún día sabrás usar el látigo tan bien como yo. Y yo le veo tan feliz y sonriente en esos momentos, mirando como más allá del mulo, que estoy deseando aprenderlo todo… ¡Y para eso no puedo ponerme este vestido!

 

¿Ya está bien pringoso?

Muchas gracias, Pablo

Me subo a casa ya, que mi madre me estará esperando para irnos.

¡A ver qué cara pone cuando vea el vestido echo un asco!

Sí, seguro que me llevo un bofetón

¡Pero mejor un buen latigazo…

…que llevar un vestido de callos!

21.09.2016

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Amigos míos, la calzona ha muerto.

Fallecida. Hundida. Desterrada. Expulsada de los armarios y enterrada.

La han matado un par de generaciones de adolescentes sin acabar de destetar que han decretado que la calzona debía abdicar en favor de los shorts.

Y no nos equivoquemos, puede parecer que sólo se trata de una diferencia léxica y que no dejan de ser dos palabras diferentes para denominar unos pantalones cortos, pero nada más lejos de la verdad: un abismo las separa.

Las calzonas se gastaban en veranos de pueblo; en bicicletas, tardes de amigos, juegos y piscinas. Son, por decirlo así, la prenda estrella de Verano Azul. Los shorts ya son de otro pelo: esos se dejan ver en eventos más selectos; en terrazas de 20€ la copa y festivales, los usan las bloggers y hasta los hipster, que se los dejan a la medida de la barba (larga, a Dios gracias; que sólo nos faltaba tener que ver las entretelas de los más modernos gafapastas).

Los shorts son, definitivamente, otra cosa. No conocen las fotos sepia ni la inocencia. Ellos tiran a dar; a provocar, al pulso carnal de ver quién enseña más. Por usar poca tela, hasta los bolsillos quedan por fuera. Levantando pasiones, miradas y controversias. Y rehuyendo la elegancia cuanta más nalga muestran.

Pero allá cada uno cuide su estética. Faltaría más. Yo sólo pido que se añada una foto a esas colecciones de ‘yo crecí en los 80’. La de la calzona: desinteresada, desexualizada y en ocasiones hasta fea; pero tan nuestra.

Sin prisa, eso sí, porque a estas alturas del calendario, unos y otras comienzan a esconderse en los armarios…

Miércoles y, según Facebook, Día de la Paz… Así es que ya sabéis: echad la paloma con la rama de olivo a volar! Buenos días.

07.04.2016

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En mi pandilla del pueblo siempre hemos tenido grandes ambiciones empresariales…

 

Bueno, quizá no algo de tal magnitud como para disputarle la presidencia americana a Donald Trump, pero sí que solemos montar muchos negocios…

 

Vale, quizá no se llegan a materializar pero, de palabra, lo que son negocios verbales de los que se sustentan con la misma firmeza que un castillo en el aire, de esos tenemos un emporio ya.

 

Nuestro principal sector de actividad -como cabe esperar cuando uno funda una empresa estando de tragos con los amigos- es la hostelería. En un sentido amplio del término, porque hemos abierto desde casas de citas (lo que en lenguaje llano, sin modernizar y disponiendo de un buen cruce, viene a ser un Puticlub), hasta una fábrica de cervezas artesanas, ampliable a licores y otros espirituosos… El negocio del ocio, vaya.

 

Pero el gran proyecto en la sombra era siempre el mismo: un bar. Un sitio con encanto, donde sonara buena música (la nuestra), el alcohol fuera de primera (de garrafón nada) y se pudiera charlar, beber, bailar, fumar y fantasear como Dios manda.

 

Pero no piense nadie que nuestra aspiración era mercantilista! (eso se daba por descontado porque el local era la bomba y se llenaba solo). El espíritu que ha insuflado nuestras taberneras ansias, ha sido el de poder disfrutar de esa maravilla de lugar. Porque cuando eres un crío, cualquier garito te da igual, pero a medida que vas cumpliendo años y sigues de ronda, te haces más sibarita y el uno no te convence porque la música está demasiado alta y el de más allá tampoco porque la cerveza no saben tirarla.

 

Pero es que, además, en nuestro pueblo hay un gran misterio que se podría solucionar con nuestro bar: nadie sabe dónde se mete la gente que falta. Los menores de ventital están de botellón en algún oscuro rincón; los mayores de cincuentital se supone que en su casa, pero hay una generación perdida; personas de un rango de edad que nos consta que existen pero que han desaparecido del mapa.

 

Por eso, por ellos, por nosotros, por nuestros hijos (el que los tenga), es tan importante esa empresa. Porque allí, en el paraíso de los ‘Pub’ habrá sitio para todas las almas de barra!! Por favor… Visite nuestro bar. Y buenos días!

03.02.2016

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En el pueblo de mi madre (me consta que también en muchos otros), las familias tienen un apodo. El de la mía, por parte de mi abuela, es «la instalaora» gracias a su padre y un hermano que eran electricistas y encargados de las instalaciones de la compañía eléctrica en el pueblo.

Quizás por este motivo, en algún oscuro rincón de mi cerebro, he creído que igual que se heredan los apodos se hereda su contenido, porque la electricidad siempre me ha sido muy familiar: nunca le he hecho ascos a cambiar un enchufe o arreglar un cable pelado a pesar de mis pírricos conocimientos en la materia.

El caso es que a fuerza de observar de pequeña a mi abuelo que era un manitas, yo tenía clara la cosa del casamiento del cobre y el uso abundante de la cinta aislante. Pero el otro día, que tenía por meta cambiar los focos empotrables de mi cocina por dos flamantes downlights led, descubrí que no todo cable es orégano y que juntar colores como en el Lego no es siempre la solución…

Poneros en situación: voy yo con toda mi ilusión, desmonto el foco viejo de bombilla pasada de moda y me encuentro que a ese aparatejo lo alimentan dos mangueras de cables que van a confluir en una clema con seis alambres de tres colores diferentes enganchados; miro mi precioso foco nuevo y me encuentro con que éste sólo tiene dos cablecillos blancos esmirriados para hacer frente a todo ese ejército ¡Ups! Y yo con mi cinta aislante colgando… A puntito de saltar por la ventana (hasta que recordé que vivo en un bajo).

 

Afortunadamente, Dios ha inventado los grupos de Whatsapp además de los focos led y lo que me falta en sabiduría me sobra en amigos con buena voluntad… Me cambiaron el foco por teléfono y a danzar. ¡¡Eso sí que es chispa!! Es estupendo conectar…

 

Miércoles. Buenos días!!

08.09.2015

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En la pared del corral donde me ducho en verano me ha salido un mapamundi completo. El problema es que el mapa no es exactamente del «mundo» que conocemos. Están todos los continentes, pero un poco revueltos; como si la deriva continental que separó Pangea hubiera acontecido de forma similar, pero diferente.

Y recordé esa teoría que algunos mantienen según la cual nuestras decisiones a lo largo de la vida van abriendo infinitos universos paralelos según las distintas posibilidades. Con lo que he concluido que puede ser perfectamente que un baile diferente de las placas tectónicas que separara de otro modo los continentes, originase también un universo paralelo en el que el mapamundi, fuera ese.

La cosa es: una vez aceptada la teoría del multiverso y asumido que ese dibujo del globo terráqueo es posible… Cómo ha llegado éste a mi corral? Porque ahora dicen que los pasillos por los que hacer el trasbordo de un universo a otro son los agujeros negros, ergo, no sé si he tenido un amago de eso en mi propio patio trasero. Que no me extrañaría demasiado, porque disfruto tanto duchándome con agua fría y a cielo abierto en ese punto, que puedo haber despertado la voracidad de un agujero de esos…

Y la otra gran cuestión: en ese otro mundo parecido al nuestro, también es un martes de septiembre despistado en el que mis ojos son dos agujeros negros henchidos de sueño??

Buenos días. Ahí lo dejo.

05.08.2015

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Sé que la Navidad es la época en la que la mayoría de la gente saca su nostalgia a pasear, pero yo soy un poco rarita para esto de las fechas y a mí suele ser en verano cuando me da…

Veo el paisaje desde una ventanilla y se me inunda la cabeza de recuerdos de mi infancia y mi adolescencia: los viajes interminables, los pueblos en los que parábamos por costumbre a desayunar, el caos sistemático al cruzar Sevilla… Son recuerdos buenos, bonitos, que me sacan la sonrisa, pero que dejan también un punto de hiel: el saber que son tiempos pasados que ya no van a volver.

He ahí, la nostalgia.

Y aunque el presente sea mi bandera, ni renuncio ni reniego de lo que fueron aquellos años; tan fáciles de rememorar para quienes los hemos vivido y, a la vez, tan difíciles de poner en palabras. Por eso, hoy quiero compartir una pincelada de recuerdos con la ayuda del Señor Delafé, que ha logrado -en una canción- resumirlos tan bien.

Podéis escucharla y dejar que os transporte porque esto es la canción del verano.

Esto es la canción del verano… de 1984

«Sangría congelada, paella marinera,
melón, carajillo y popeye de limón»
(…)
«Colchonetas, flotadores, motos de agua, motos de baja cilindrada dando la lata, brisa placentera, mediterráneo, calma, siesta, la abuela también duerme la siesta»
(…)
«Jefe!! Póngame… un pollo al sacúdame la arena, pelo enredado, novela negra, niño perdido llorando entre el gentío, Alberto ¿Dónde coño te has metido?»
(….)
«Los que tienen categoría -y los que no también- bailamos la conga por que…

Esta es la canción del verano y es que esta es la canción de verano de 1984»

 

Y buenos días de verano… 31 años después.

08.06.2015

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Alguno recordareis la paliza que me pegué hace poco preparando los arreates del corral de la casa del pueblo y sembrándolos con la pierna destrozada, las manos encallecidas y el ánimo lleno de esperanza, no? (En caso de respuesta negativa ver entrada del 7 de mayo)

 

Planté yo tan contenta mi cebollino, mi lavanda y mi albahaca y allí los abandoné a su suerte confiando en que el sol de la zona y la bonanza de la tierra recién arada obraran el milagro y me crecieran de las semillas, plantas.

 

Bueno, pues regreso alegre este fin de semana a comprobar el estado de mi labranza y lo que me he encontrado no sé ni cómo ponerlo en palabras… Allí donde eché simiente de perejil y de lavanda me han brotado con una salud fantástica (atención) ¡Siete periquiteras!

De traca.

 

Los periquitos, para alguien no familiarizado con la nomenclatura extremeña, son esa planta también llamada Mirabilis jalapa o Don Diego de noche, famosa por su uso en estudios de genética y que se cree fue importada de Perú allá por el 1540. Vamos, esa planta viajera que ha cruzado el océano para brotar por ciencia infusa en mi corral.

 

No se me entienda mal: la planta me gusta y le tengo cierto cariño por su asociación con los veranos de mi infancia. Pero coño, si planto lavanda, quiero lavanda, no siete periquiteras tan contentas!!

 

Curiosamente, esto del cultivo de jardín empieza a ser para mí tanto más misterioso y hermético cuanto más me dedico a ello. Pero no me extraña, con el corazón a veces también me pasa: convencida de haber sembrado unas semillas, me brotan otras. Esperemos que todas sean, si no hierbabuenas, al menos buenas-hierbas.

 

Espero que hoy que es lunes lo que brote sea una semana buena y, por supuesto, unos buenos días!

07.05.2015

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Tenemos en la casa del pueblo de mi madre, en lo que allí se llama ‘corral’ y en el resto de la geografía patria se conoce como ‘patio’, unos arreates (arriates según la RAE, que yo creo que esta vez se equivoca) que acostumbran a criar por sí solos unas malas hierbas que cumplen al dedillo el refrán: no mueren jamás; al contrario, disfrutan de una salud y una frondosidad que ya la quisiera el ecosistema tropical de la estación de Atocha.

Lo malo de esta mala hierba es que, estéticamente, no funciona. Se ve enmarañada y desparramada y, lo peor, no cumple ninguna de las labores de las que considero imprescindibles para las plantas del hogar: ni huelen bien, ni se pueden usar para cocinar. Expuestos los cargos estaba clara su condena: había que arrancarlas y preparar la tierra para plantar en su lugar albahaca, cebollino, lavanda… integrantes todos ellos del reino vegetal conocidos por su resistencia y utilidad. Así es que me puse a ello el otro día, aprovechando la estancia y la temperatura primaveral.

Ya fue dura la extracción de los hierbajos (que parecían adheridos con loctite al cemento y a la tierra), pero la traca fue zachar la tierra para la siembra… Aquí es cuando descubrí -rastrillo en mano- un mundo bajo la superficie que apenas atisbamos: no sólo gusanos y lombrices (que no hacen ningún daño), si no unos extraños bulbos ocultos que bien podrían ser nidos de intraterrestres fantásticos cuyas raíces se remontan al propio centro de la tierra ¡!

Yo no sé qué eran (desde luego ni nabos ni patatas). Sólo sé que sacarlos fue toda una batalla que gané a medias: quité muchos y mutilé los que no pude quitar, pero sospecho que –escondidos y al acecho- anidan muchos más… que de momento ahí se van a quedar porque en nuestro ejército todo fueron bajas: mi madre se destrozó las manos zurrándole a los rosales y yo me gané una contractura que aún me dura en el bíceps femoral (que hasta ese momento no sabía cómo se llamaba) amén de un tembleque de piernas por pájara profunda en el uso de la azada…

 

Para mí que los urbanitas somos unos flojeras de solemnidad y así ni huerto ni ná de ná. Mientras valgamos y vivamos para contarlo, no está tan mal. Jueves. Buenos días!!

 

27.04.2015

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Hay en el pueblo de mi madre una costumbre que, aunque no goza de su mejor momento, todavía se practica: cuando vas a visitar e interesarte por algún enfermo, le llevas como presente algo de comida. Nada de delicatessen, si no comida de verdad como un pollo, media merluza o alguna lata de conservas; según sea el grado de compromiso que tengas. Desconozco el origen de tal tradición pero, ateniéndome al pragmatismo que gobierna mi vida, me parece una idea estupenda. ¿Para qué quiere el enfermo flores, figuritas o alguna otra monería? Siempre será más útil algo que pueda meter a la cazuela… aunque a veces también así puedes errar, como cuando le llevamos un bote de melocotón en almíbar a una vecina diabética…

Me acordaba de esto el otro día cuando -fruto de la casualidad y no de una intención deliberada- me presenté a ver a una amiga escayolada de un pie con un espléndido y lustroso ramo de acelgas (en lugar de unas gardenias o unos claveles). Realmente las acelgas son capaces de cumplir esa doble finalidad: que tienen que adornar, adornan; pero al final del día las quitas del florero, las troceas, las cueces y están también estupendas. O no?

Y es que por más que digan que, en el lenguaje de las rosas, regalar 365 significa amor eterno, a mí eso no me convence. Francamente, al precio que tienen esas flores, encuentro regalos mucho más eternos como un buen viaje, una moto o, incluso un par de letras de la hipoteca… Pero eso queda a los que por el interés quieren a Andrés. A los demás nos basta con un manojo de ajetes, de espinacas o, como dice la canción [que a mí se me conquista] con un ‘te quiero’ y con dos verdades… Buenos días de lunes!

06.04.2015

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Pues aunque el clima haya sido original, yo he tenido una Semana Santa de lo más tradicional: he comido potaje (durante tres días sin faltar, que mi madre llenó la cazuela para que no faltara), torrijas (después de mucho chantajearla y de acumular pan duro, logré que me hiciera unas cuantas, aunque yo creo que ella ha comido más), he visto unas pocas procesiones pasar (las del pueblo a propio intento, las de Madrid porque me las encontraba sin más), he renovado mi romance con la horticultura y me he pasado los cuatro días entre saludos y despedidas… Ah! Y he matado hormigas como si fuera el emperador marciano de Mars Attacks!

 

Y es que mira que hay hormigas este año! Hacía mucho que no veía yo tantas juntas (más o menos desde la última vez que pusieron Cuando Ruge la Marabunta). Cierto que son más pequeñas, pero igual de hijaputas que las de la película: si te dejas, te devoran. Tengo los naranjos cuajaditos de las puñeteras bichas, así es que al ir a llevarme los frutos que yo considero míos por derecho, ellas los defendían con el mismo afán de propiedad: metiéndose por zonas de mi cuerpo claramente privadas y mordiendo sin piedad.

 

Así es que me he vengado tirando de mi superioridad táctica y tecnológica y les he declarado la guerra química. Joder… Me encanta! Me encanta matar hormigas!! Tengo un ligero trauma porque de pequeña exterminé un termitero entero con saña y -a causa de los remordimientos- prometí que no lo haría más; y porque se me aparecen las caras simpáticas de Antz (por culpa de la animación computerizada soy capaz te imaginarme una pobre hormiga recibiendo un manguerazo de agua o viendo como caen alrededor sus compañeras)… Pero con todo y con eso, me las cargo y lo disfruto. Activo mi mecanismo de anulación de empatía hormiguil, agarro los polvos zeta-zeta y me convierto en la versión sádica de mi misma mientras cientos de ellas se estampan…

 

Estoy en tal disyuntiva moral, que no sé si buscar tratamiento para mi instinto homicida o comprarme un bote más grande de insecticida. A ver si el descanso y la vuelta a la vida urbanita me lo quita.

 

Lunes de vuelta (y revuelta). Buenos días!!