fiebre

24.01.2013

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Luce esta mañana en Madrid un sol tan resplandeciente como engañoso, que me recuerda que hoy es el día de la pepita. No de ninguna señora llamada Josefa ni de aquellas otras que extraían de las ciruelas los de Borges (“sin rabito y sin pepita”), sino de aquella otra que encontró un 24 de enero de 1848 James W. Marshall cerca de Sacramento y que desató la fiebre del oro en California. Y la fiebre del oro no es de las que te dejan flojucho y con una bolsa de hielo en la cabeza, si no de las que te convierten en Antoñita la Fantástica viviendo el cuento de la lechera. Lo curioso es que para la mayoría todo fue más o menos eso, cuento; porque de la gran cantidad de ‘Forty-niners’ que -cegados por el brillo del amarillo metal- dejaron todo atrás y se entregaron obcecadamente al noble arte de la minería, muy pocos se hicieron ricos, mientras que los comerciantes que les abastecieron encontraron la fortuna gracias a ellos. Lo malo es que, por mucho que se sepa todo esto, yo no podría decir si llegado el caso sería minero soñador o hábil vendedor de tamices, que de lo uno y de lo otro tengo mis momentos.

Jueves soleado y de vientos helados. Cuidado con las fiebres, queridas lecheras, que no es oro todo lo que reluce. San Exuperancio. Buenos días…